jueves, 28 de abril de 2011

SIETE MINUTOS

Minuto 1: Sin saber por qué supo que aquella sería la última noche de su vida, supo que su vida había merecido la pena y supo que si tuviera una segunda oportunidad no lo podría haber hecho mejor. Supo todas las cosas buenas, y las malas también, supo decir que “Sí” cuando fue necesario y dijo “No” cuando lo necesitaba y no lo deseaba.

Minuto 2: Abrió los ojos aquella fría mañana de invierno al escuchar el pitido del despertador, se escondió bajo las calientes sábanas deseando que aquella insoportable máquina callara por sí sola e intentó caer de nuevo en aquel maravilloso y placentero sueño de invierno.

Minuto 3: De camino al autobús contempló a unos hermosos pájaros que cantaban sobre una rama de un gran árbol verde; contempló a una anciana cruzar la calle con una bolsita de tela, de donde se escapaba un intenso olor a pan recién sacado del horno; observó a una mujer embarazada que se acariciaba con delicadeza su ya crecida tripa, mientras que el muchacho que la acompañaba le daba un beso en la mejilla; observó a un hombre paseando a su perro; a dos señoras riendo; a un niño corriendo hacia la puerta de un colegio; observó un coche lleno de gente joven; una ambulancia con la sirena en marcha…

Minuto 4: Observó tantas cosas que quiso que el tiempo quedara detenido para poder seguir analizando todo, poco a poco, detalladamente, pero no fue así…el tiempo no se detuvo y, como era lógico, la vida siguió su rumbo, su destino acelerado.

 Minuto 5: Había estado pensando todo el día en su familia, en sus amigos, en sus amigos de verdad, en la gente con la que se había cruzado por la calle y en la gente a la que nunca llegaría a conocer. Se había despertado con aquella extraña sensación. Una sensación que comprendió al finalizar el día, pues significaba que el fin había llegado, que todo tenía un desenlace y que ese desenlace comenzaba con aquella sensación. Se sentía feliz y triste a la vez. Reía con facilidad y lloraba sin saber por qué. Fue un día perfecto para ella, pero terrible para ellos.

Minuto 6: Era por la tarde, las nubes cubrían gran parte del cielo. La calle estaba desierta, solo estaba ella detenida en medio del arcén, sin saber qué hacer, esperando que aquella extraña sensación terminara de una vez por todas. Miró al cielo con ansias de poder ver la Tierra desde allí arriba. Se detuvo, y el tiempo quedó congelado.

Minuto 7: Recordó a su madre haciendo la comida, a la anciana con la bolsa de pan recién hecho, a su hermana intentando multiplicar sin calculadora, a la mujer embarazada y al chico que la besaba, recordó  a sus amigas bebiendo tinto de verano, a aquel señor paseando a su perro, a su padre viendo un partido de liga con los amigos, al niño corriendo hacia la puerta del colegio, recordó a su perro ladrando al gato del vecino, a la ambulancia, al vecino bajando la basura, a los pájaros cantando en aquella rama del árbol, a las señoras que reían, a su madre…
Su alma abandonó su cuerpo y su cuerpo cayó desplomado en aquella calle solitaria. Sus alas de ángel se desprendieron para comenzar a volar. Eran inmensas, tan inmensas como los momentos que había vivido en vida, tan inmensas como el amor que sentía por la vida, como el amor hacia sus amigos, hacia su familia, hacia su madre… Tan inmensos como los siete minutos en los que tardó en subir al cielo y tan inmensos como los siete minutos en los que dejó de sentir aquella extraña sensación.

lunes, 18 de abril de 2011

Poder tocar el cielo con las manos...


Hacía más de cinco años que no se veían. Unos años en los que no perdieron el contacto en ningún momento, siempre sabían el uno del otro y, sin saber por qué, siempre acababan discutiendo por alguna que otra estúpida razón. ¿Qué significaba eso? Si se lo preguntabas a un niño de diez años te contestaría que “los que se pelean se desean”, pero aquello solo era una frase de niños.

Pasaron unos 12 días juntos y desde entonces no volvieron a encontrarse. Aquellas miradas que se lanzaban, aquellas sonrisas que se regalaban y aquellos besos que compartieron quedaron para siempre atrapados en aquellos doce días de verano. Fueron unos días llenos de dudas, de sonrisas, de juegos de niños y de ganas de probar algo nuevo, diferente. Fueron unos doce días confusos, rápidos, tan rápidos que apenas llegaron a percatarse de ellos. Fue un verano distinto para ambos, eso estaba claro.

En aquel momento solo eran unos niños, él tenía quince años y ella catorce.  Unos niños que nunca antes habían probado el sabor de un beso, el olor de una sonrisa o el sentimiento de una mirada. Y sin planteárselo, de manera improvisada y repentina todo aquello llegó. Nada había sido estudiado ni premeditado, pues en esos momentos sobran los guiones, los diálogos son improvisaciones que obtienen una puntuación máxima y los actores son los mejores del momento.

Todo comenzó el día que se conocieron. Ambos se morían de la vergüenza. Nadie dijo nada, pues desde el primer momento sobraban las palabras. Los días pasaban con normalidad, la amistad iba creciendo entre ellos, las risas eran cada vez más comunes, las dudas mayores y los sentimientos más confusos. “¿Qué hacer? ¿Qué decir? ¿Qué era lo que les pasaba?” se preguntaban al estar el uno frente al otro. Pero no hacían nada, no decían nada y no llegaron a imaginarse qué estaba pasando hasta cinco años después: el amor llegó a sus puertas.

Fue la última noche, en la que todos se habían reunido en el patio del lugar para celebrar la fiesta de despedida, cuando ella se escapó del patio adentrándose en el interior del edificio y él la siguió con disimulo. Ambos se encontraron en el pasillo y se detuvieron el uno frente al otro. No dijeron nada. Ella, sin saber por qué, se fue a su habitación y se tumbó en la cama, cogió su walkman e introdujo la cinta de casete que más le gustaba. Él se acercó a la habitación tímidamente, casi sin saber qué hacer.

-¿Por qué estás llorando?.- preguntó él desde la puerta. Ella se quedó quieta donde estaba.- Si he dicho algo que te ha molestado lo siento. No era mi intención…

-No has hecho nada malo.- dijo ella tumbada en la cama, con solo un auricular puesto.- Ven, escucha esta canción.

Él se acercó a la cama y se tumbó al lado de la chica. Ella le puso un auricular y rebobinó la cinta para encontrar el principio de la canción. Presionó el botón de “Play” y ambos se quedaron en silencio, tumbados en la cama, escuchando aquella maravillosa canción, solamente iluminados por la luz de la Luna que se colaba por una amplia ventana. Se miraron durante toda la canción y cuando ella presionó el botón de “Pause” él comenzó a acercarse tímidamente hacia sus labios. Era como un instinto, sabía que tenía que hacerlo. Continuó acercándose hasta que sus labios rozaron los de ella. Fue un instante, una fracción de segundo. En ese momento sus cuerpos se vieron envueltos en una mágica brisa que les hizo volar hasta el lugar donde el cielo comienza a ser cielo, donde las estrellas comenzaban a diferenciarse de las nubes y donde la oscuridad era más infinita que el propio infinito. A la vez que ese primer beso se convertía en eterno, levantaron sus manos para rozar el cielo con sus pequeños dedos. Fue un beso mágico, de eso no tuvieron ninguna duda. Sus cuerpos flotaban en los comienzos del cielo, el silencio era absoluto y el tiempo se detuvo para contemplar aquella maravillosa estampa.

Sus labios se separaron y sus ojos se abrieron para comprobar que seguían el uno frente al otro. Ella, sin saber por qué, comenzó a reírse y él, sin saber por qué, la acompañó regalándole unas carcajadas infinitas. Ella presionó el botón de “Play” y continuaron escuchando aquella maravillosa canción, tumbados, el uno frente al otro, comprobando el sabor de un beso, el olor de una sonrisa, el sentimiento de una mirada, comprobando cómo poder tocar el cielo con las manos…

sábado, 16 de abril de 2011

Árbol Blanco

Mike no dudó ni un solo momento en aceptar la propuesta de su jefe. Era un reportaje único y podría ascender su puesto en la empresa si todo quedaba bien. Tendría que desplazarse a un pequeño pueblo que se encontraba a unos 200 Km de su ciudad, era un pueblo escondido en la montaña, rodeado de árboles y vegetación por todas partes. La gente que lo había visitado coincidían en que era un lugar muy amable y acogedor por el día pero que se volvía frío y misterioso al caer la noche. Siempre había sido un hombre decidido y siempre había tenido claras sus ideas. Cuando comenzó a trabajar en la empresa todos sus esfuerzos se vieron compensados y gran parte de sus sueños se habían hecho realidad. Había trabajado como fotógrafo en muchos sitios pero todo mejoró cuando le contrataron en aquella ciudad.

Mike llegó a casa después de un duro día de trabajo. Su esposa supo que traía buenas noticias nada más escucharlo entrar. Julia era una mujer preciosa, sincera, simpática y todo lo bueno que un hombre podría desear en una mujer ella lo tenía. Se habían enamorado hace diez años, demasiado jóvenes para Julia, demasiado arriesgado para Mike. Pero todo había salido perfecto.

 -Hola cariño.- dijo Mike al entrar en casa.- ¿Qué tal el día?.- el hombre se acercó a Julia y la besó en la boca.

-Bien gracias. Acabo de llegar hace un rato. Estoy agotada.- contestó ella sentada en el sofá.

-Tengo hambre.- dijo Mike.- ¿Quieres que prepare algo de cenar?

-A mi no me apetece nada, gracias.- afirmó Julia.- ¿Qué te pasa? Te noto algo contento…

-Me han ofrecido hacer un reportaje en Árbol Blanco, saldré mañana por la mañana…y he aceptado.- Julia puso cara de asombro.- ¿Qué pasa? ¿No te gusta la idea?.- preguntó preocupado.

-Ese es el pueblo de…-titubeó Julia.- donde murió aquella chica.

-Vamos Julia, eso fue hace mucho tiempo…

-Ya sabes lo que dicen…no me gusta la idea Mike.

El chico la convenció para que aceptara que no era una mala idea y que un reportaje de tanta importancia no podía dejárselo escapar por una tontería como esa. El accidente de aquella chica ya estaba casi olvidado. Lo único que se recordaba era la leyenda que nació en aquel momento, pero Mike solo pensaba que era eso: una simple leyenda sin importancia. Julia se fue a la cama casi convencida, no prohibiría a Mike hacer ese reportaje pero tampoco le gustaba demasiado la idea. Si a Mike le pasaba algo no se lo perdonaría.

Al día siguiente ambos se despertaron y se levantaron de la cama prácticamente a la vez. Comenzaron a vestirse para ir a trabajar. Mike apenas había podido dormir, había pasado casi toda la noche pensando en el trabajo de hoy. Julia apenas había dormido, había pasado casi toda la noche pensando en el trabajo de Mike.

-No vayas Mike.- fueron las primeras palabras que salieron de su boca.

-Julia ya lo hemos hablado. No voy a perder esta oportunidad.

Mike introdujo todo lo necesario para hacer el reportaje fotográfico en su coche y se puso en marcha. Había deseado durante mucho tiempo realizar ese trabajo. Estaría de por vida agradecido a su jefe por concederle aquella maravillosa oportunidad.

El viaje se le estaba haciendo más pesado de lo que pensaba. Parecía no haber cambiado nunca de paisaje. La carretera era aburrida, todo el paisaje el mismo, rutinario, apenas pasaban coche por allí y encima la radio no funcionaba. Un viaje de lo más aburrido, sin lugar a dudas. La preocupación de su mujer se le vino a la mente. “No vayas” recordó.

Cuando Mike comenzó a divisar árboles a lo lejos supo que el pueblo ya estaba cerca, pues su jefe le había dicho que se encontraba rodeado de árboles. Deseó con todas sus fuerzas llegar al pueblo cuanto antes. Estaba demasiado cansado de conducir durante tanto tiempo y el viaje no se había hecho muy agradable.

Tenía que preparar un reportaje fotográfico tanto del pueblo como de todos los paisajes que se contemplaban a sus alrededores. Sería un trabajo bastante duro pero que le merecía la pena realizar. Dedicó toda la mañana a realizar con precisión cada una de las fotografías. Congelaba todos aquellos instantes que le parecían atractivos e interesantes.

Fue a un bar a la hora de comer y se sentó en una de las mesas más apartadas a la barra. De repente recordó la preocupación de su mujer. “Ya sabes lo que dicen…” El camarero le atendió con amabilidad y la comida estaba realmente buena. Reposó la comida en el mismo bar y decidió continuar con su trabajo, asique comenzó de nuevo a caminar por las calles del pequeño pueblo y fotografió un poco más. Mike echó un vistazo a todas las fotografías que había capturado y pensó que ya serían suficientes, asique decidió volver a la ciudad. Pensó de nuevo en su mujer.

Cuando ya llevaba una media hora en la carretera comenzó a anochecer. “Demasiado pronto” pensó. Fue entonces cuando la conversación que mantuvo con su mujer no se le iba de la cabeza. “Vale que una chica muriera en esta carretera, pero que se aparezca a los conductores eso ya es demasiado”. Entonces Mike, sin saber por qué, decidió creer en su mujer y pensó que le pagarían un montón de dinero si llegase a conseguir imágenes de la supuesta chica fallecida. Detuvo el coche, cogió su cámara réflex y seleccionó el “modo vídeo”. Puso la cámara bien sujeta en el espacio que existe entre el volante del coche y la luna, con el objetivo hacia la carretera. La imagen era muy mala y el mayor motivo era porque la oscuridad era cada vez mayor. Puso el coche en marcha y continuó su camino de vuelta a casa.

Ya había recorrido casi la mitad del camino cuando de repente comenzó a sonar la radio. “Qué raro” pensó. Sintonizó la emisora que solía escuchar y comenzó a cantar la canción que sonaba en el momento. Vio la cámara que en el mismo sitio donde la había dejado, aún con el piloto rojo que indicaba que seguía grabando. “Vaya tontería, es solo una leyenda más. No vas a grabar nada porque no hay nada”. Mike continuó cantando aquella canción. Solo veía lo que las luces del coche le permitían, que no era mucho, por eso no iba demasiado deprisa. De repente, una silueta de color blanco del tamaño de una mujer apareció justo delante del coche, gracias a las luces de los faros  pudo verla y sin pensárselo dos veces giró el volante para no chocar con ella. El coche se introdujo en el carril contrario y se dirigió hacia la cuneta pero el chico frenó antes de que el coche quedara atrapado en ella. Quedó detenido en medio del carril contario. La cámara de fotos cayó al suelo del coche, quedando casi oculta entre los dos asientos delanteros. El piloto rojo seguía encendido.

Mike salió del coche y comprobó que no tenía ninguna rozadura. Las ruedas tampoco habían sufrido ningún daño. Observó que, debido al frenazo, las ruedas habían quedado marcadas en el asfalto. Se giró para buscar a la chica de blanco y unos metros atrás la vio tal y como la había dejado antes del percance.

-¿Cómo se te ocurre ir por medio de la carretera en plena noche?.- preguntó Mike enfadado. La chica no contestó. Siguió allí quieta.- ¿Me escuchas?.- la chica parecía que no le escuchaba. Mike se acercó a ella para comprobar si estaba bien.

La chica llevaba una camiseta blanca de tirantes, una falda larga también de color blanco que le llegaba hasta los tobillos y en los pies no llevaba nada. Su pelo era negro y largo.

-Perdona, ¿te encuentras bien?

-Sí, perdona. Me he vuelto loca. Pensé que esta carretera ya no tenía tráfico.-habló la chica asustada. Le temblaba la voz.- Lo siento.

-¿Pero dónde vas a estas horas por un sitio como éste?.- Mike miró los pies descalzos de la chica.- Y encima vas sin zapatos.- el chico no daba crédito a lo que veía. -Yo voy a la ciudad. ¿Quieres que te acerque a algún sitio?

-No, gracias. No quiero ser una molestia.-la chica negaba con la cabeza.

-Venga.- Mike la agarró con cuidado del brazo. La chica levantó la cabeza y el chico comprobó lo guapa que era.- Móntate en el coche. Te llevaré.

Ambos se dirigieron hacia el vehículo y se montaron en él. Los faros aún seguían encendidos. Mike arrancó el coche, se colocó en el carril correcto y continuó su camino, ahora acompañado. 

-Bueno, ¿dónde vas?.- preguntó Mike sin apartar la mirada de la carretera.

-A la ciudad. Me puse a caminar desde Árbol Blanco y se hizo de noche.- dijo la chica mirando a Mike.- Y tú ¿qué haces por aquí?.- quiso saber.

-Pues he venido a hacer un reportaje fotográfico. Trabajo en una empresa audiovisual.- su cámara ya no estaba donde la había dejado, asique buscó con su mano entre los asientos delanteros y allí la encontró. No quiso que la chica se diera cuenta de su presencia y por eso la dejó allí. “Si ella era la chica que se aparece a los conductores tendría un reportaje que todo el mundo querría. Me pagarán una fortuna por esto” pensó.

-Que bien, siempre me ha interesado el mundo audiovisual.- afirmó ella aún mirándole.

Pasaron unos quince minutos hablando. Parecía que se conocían desde siempre. Se reían y compartían anécdotas de todo tipo. Se miraban de vez en cuando y sabían que entre ellos pasaba algo mágico, existía una atracción mutua que no les permitía dejar de reír. “Que ganas tengo de besarla” pensó Mike. El camino había mejorado considerablemente con la presencia de la chica.

-Bueno, dime: ¿a qué te dedicas tú?.- preguntó él mientras pasaban por una curva un tanto peligrosa.

-Yo me maté en esta curva.- dijo la chica. Mike miró extrañado a la chica.

- ¿Cómo has dicho?.- preguntó asombrado. “¿Era realmente la chica fallecida o se trataba simplemente de una broma?”

-Que yo también soy fotógrafa.- afirmó ella.

-Antes no has dicho eso.- dudó Mike.

-Te he dicho que soy fotógrafa, que estudié cinco años fotografía.

- Perdona, te había entendido otra cosa.- dijo él convencido de que aquella frase había sido fruto de su imaginación. “Julia te ha metido muchas tonterías en la cabeza” pensó.

Ambos continuaron hablando durante todo el viaje. Supieron un poco más el uno del otro y supieron que aquella noche no podría quedarse solo en una amena conversación. “¿Cómo es posible que una chica a la que acabo de conocer me transmita más que Julia? ¿Puede una persona transmitirte más en una hora que otra en diez años?” se preguntó Mike. Al llegar a la ciudad ella le propuso que fueran a tomar una copa, que simplemente quería agradecerle su generosidad. Él aceptó su invitación.

Pasaron una noche mágica, se besaron e hicieron el amor como si se conocieran de toda la vida. Se trataron con delicadeza y dulzura, parecían unos enamorados que acababan de encontrarse después de un tiempo sin verse. Fue la noche más pasional que Mike había tenido. La trataba como nunca había tratado a nadie. Cada beso era mágico, diferente. Con cada mirada se transmitían algo nuevo, algo más mágico que en la anterior. Cada gesto era un mundo. Una noche con la que siempre habían soñado y que nunca habían tenido hasta el momento. Se habían enamorado. Mike se había enamorado…

Julia se encontraba en casa, esperando que Mike llegara del trabajo. Se había quedado dormida en el sofá. La sala quedaba iluminada con la luz que emitía la televisión. El sonido del timbre hizo que se despertara. “Por fin ha llegado” pensó. Julia se dirigió hacia la puerta del apartamento y abrió la puerta. Para su sorpresa, Mike no estaba al otro lado de la puerta. En vez de a su marido vio a un hombre que vestía con uniforme de policía y llevaba una bolsa negra en la mano.

-¿Julia?.-preguntó el agente.

-Sí, soy yo. ¿Qué ha pasado?.- preguntó muy nerviosa.

- Es su marido. Ha tenido un accidente de coche.- una lágrima recorrió el rostro pálido de Julia.-Su coche estaba completamente destrozado en la carretera de Árbol Blanco. Esto es lo único que hemos podido recuperar del interior del vehículo.- dijo el agente entregándole la bolsa negra que llevaba en la mano.

Una semana después Julia decidió abrir la bolsa negra que le había entregado el agente de policía la noche de la mala noticia. No había tenido valor para hacerlo antes. Cogió la bolsa y miró en su interior. La cámara de fotos de Mike estaba allí, casi en perfecto estado. Cogió la cámara entre sus manos y la encendió para ver las últimas fotos que su marido había realizado. “Unas fotos preciosas” pensó. Julia comenzó a llorar, no aceptaba la idea de que Mike no volvería a hacer una fotografía más. Pasó toda la tarde disfrutando de las últimas fotografías que su marido había realizado y, por último, vio que también había grabado un vídeo. Julia presionó el botón para visionarlo.

En el vídeo aparecía una carretera iluminada por los faros del coche. Los primeros minutos no se escuchaba nada, después sonó la radio, la emisora se cambió y comenzó a sonar una canción que Mike comenzó a cantar. Julia comenzó a llorar de nuevo a la vez que sonreía al escucharle cantar. “Que mal cantaba” pensó.

Minutos más tarde en la pantalla puedo verse una silueta blanca. “Es ella. La chica fallecida” pensó Julia. Un instante después se escuchó un frenazo y Julia dedujo que la cámara quedó en el suelo del coche pues ahora la imagen era completamente negra, no se veía nada. Se escuchó como la puerta del coche se abrió y se cerró sucesivamente. Minutos de silencio. Julia estaba expectante. “¿Qué estaba pasando?” La puerta volvió a abrirse. A continuación la otra puerta también se abrió. Julia no daba crédito a lo que escuchaba.  Ambas puertas se cerraron. “Bueno, ¿dónde vas?” escuchó a Mike. “A la ciudad. Me puse a caminar desde Árbol Blanco y se hizo de noche” una chica contestó. “Mike recogió a aquella chica” pensó Julia. La mujer continuó escuchando toda la grabación, escuchó las conversaciones y las risas. No soportó el dolor de no haberse podido despedir de él. “Bueno, dime: ¿a qué te dedicas tú?” se escuchó a Mike. Julia seguía escuchando la conversación con interés, casi celosa por la complicidad que se notaba entre ambas voces. “Yo me maté en esta curva” dijo la voz femenina. Julia quedó petrificada. No podía creer lo que acababa de escuchar. “Mike recogió a la chica de la leyenda, la que se aparecía a los conductores” Julia se culpó por no haberle impedido que fuera a hacer ese reportaje. Se pudo escuchar de nuevo un frenazo, el chirrido de las ruedas en el asfalto. Se escuchaba a Mike, su respiración cada vez era más fuerte. Hasta que cesó. Ya no se escuchaba nada. Julia supo que aquel fue el momento en el que su marido dejó de respirar.

 “Yo me maté en esta curva” recordó Julia. Se detuvo un instante. Sin pensarlo dos veces, cogió su coche y decidió su destino: Árbol Blanco.

viernes, 15 de abril de 2011

A melocotón

La clase ya estaba casi vacía cuando Tom entró de nuevo en ella. Volvió a saludar a la profesora y a una compañera que aún estaba dentro. “Qué casualidad. No, Tom, las casualidades no existen” pensó al ver en la sala a la chica que le gustaba desde principio de curso. Nunca había mostrado sus sentimientos ante ella, no era lo suficientemente valiente como para hacerlo. Siempre imaginaba que Sophia se reiría de él si algún día llegara a enterarse de los sentimientos que este sentía hacia ella. “Te reirás de mí. Dirás que soy un crío de 20 años y que necesitas un chico mayor que yo. Que soy un corto de mente”. Era una chica preciosa, con los ojos rasgados, de un color marrón intenso, casi cerrados ¿Ves algo cuando tus ojos se cierran completamente al reír?. Su pelo era negro como el vacío y brillaba como la luna lo hace en la superficie del mar. ¿A qué huele tu pelo?. Había olvidado uno de sus cuadernos en clase, bajo su mesa, y volvió por él a toda prisa. Tom se dirigió hacia la mesa donde se sentaba normalmente y para ello tuvo que esquivar a Sophia, con la suerte de que el pecho de Tom rozó uno de los senos de la chica. “Dios mío, te he rozado un seno con mi pecho. Sería maravilloso poder verte completamente desnuda. Seguro que eres aún más preciosa.” Ambos se percataron del contacto que habían mantenido en una fracción de segundo. La profesora seguía recogiendo sus cosas ajena a todo lo que ocurría en la clase. Se quedaron mirando intensamente a los ojos. Tom se sonrojó y apartó la mirada para continuar con la búsqueda de su cuaderno. Sophia sonrió tímidamente y comprendió las emociones de su compañero. “No te has dado cuenta de nada. Esa sonrisa no ha significado nada”. Tom cogió su cuaderno y, sin apenas despedirse de nuevo, se dispuso a salir de la clase.

-¿A dónde te crees que vas?.-dijo la profesora mirando a Tom a los ojos.

-Eeee…-el chico dudó en dar su respuesta.-A casa. ¿Por qué?

-Aún no es hora de ir a casa Tom.-dijo la profesora con una sonrisa casi picarona.

Sophia miró a su compañero extrañada, sin saber qué hacer y sin saber qué decir. De repente la profesora señaló con su mano derecha al chico y con su mano izquierda a la chica. De sus manos salieron unos haces de luz de un color blanco brillante, estos rayos chocaron contra los cuerpos de los chicos y ambos sintieron una calma plena. La profesora comenzó a mover los brazos, juntándolos poco a poco y, sin ningún esfuerzo, conseguía desplazar, casi levitando, a los chicos hasta el centro de la clase. Los cuerpos de ambos chocaban en el aire, ya a una altura superior a la de las mesas, y se miraron como se miran los enamorados. No apartaban sus miradas el uno del otro. Conseguían introducirse en las pupilas que tenían a escasos centímetros y sentían que formaban parte el uno del otro.

En el mismo instante en el que ocurre un parpadeo la clase desapareció y la pareja se vio suspendida entre un millón de estrellas sobre un fondo negro, miles de luces diminutas podían contemplarse en todas direcciones y en un fondo infinito el negro se confundía con arcoíris prácticamente invisibles. Era un espectáculo maravilloso.

-No, Tom, las casualidades no existen.-comenzó a decir Sophia mientras ambos seguían sumergidos en aquel universo.- Todo esto forma parte del destino. Tu destino ha querido que hoy estuviéramos aquí los dos, contemplando estas maravillosas vistas, alejados del mundo real. Ahora solo importan tus sentimientos y los míos. Jamás me reiría de ti y para nada quiero un chico mayor que tú. Tu edad no me la demuestra tu fecha de nacimiento, sino tu forma de pensar, de ver las cosas, de sentir lo que sientes y de la forma en la que me tratas.

Las luces de las estrellas se fueron desvaneciendo poco a poco. El lugar cada vez se hacía más oscuro. Ahora Tom solo podía diferenciar el brillo de los ojos de Sophia.

-Si me he dado cuenta de las cosas, se en lo que piensas y en lo que sientes.- continuó hablando la chica, ahora casi susurrándole al oído.- ¿Esa sonrisa dices? Esa sonrisa significa que te quiero, que me gustas desde el primer día en que te vi, que mis ojos cuando están cerrados ven gracias a ti y que me gusta que me roces con tu cuerpo y que disimules como si no hubiera pasado nada. Tom.-la chica hizo una pausa.-cierra los ojos.

Sophia le pidió que abriera los ojos. Una luz cegadora impidió que Tom viera en unos segundos, pero cuando sus ojos se adaptaron a ella, la vista fue espectacular.

Sophia se encontraba a varios metros de él, su cuerpo estaba completamente desnudo. Las pequeñas luces rodeaban con delicadeza el precioso cuerpo de la chica. Sus curvas quedaban perfectamente definidas sobre aquel fondo cada vez más iluminado. Su pelo ondeaba al compás del movimiento de un viento ficticio, creado especialmente para el movimiento de su pelo. La luz cada vez era más intensa. Tan intensa que el cuerpo de Sophia desapareció lentamente ante los ojos de Tom.

-Tom, Tom. ¿Te encuentras bien?.-el chico abrió sus ojos y vio a su profesora abalanzada sobre él con cara de espanto.-Has entrado a por una libreta y te has desplomado en el suelo. ¿Has desayunado esta mañana?.-preguntó preocupada la profesora, aún casi encima del muchacho.

-Sí gracias, me encuentro bien.- dijo el chico no muy seguro de sus palabras.- Ahora he de irme.

Tom salió tan deprisa como pudo de la clase. No podía explicarse que había ocurrido. No podía creer que toda aquella fantasía había sido nada más que eso: una fantasía. El chico salió corriendo por el jardín que le llevaba hasta la puerta principal de su instituto, intentando olvidar lo sucedido en su cabeza. No podía creer que se hubiera desmayado. “Solo espero que Sophia no haya presenciado el momento de mi derrumbe. Ya sí que sería el colmo”. Atravesó la puerta que daba a la calle y siguió caminando muy deprisa para llegar a su casa cuanto antes.

-¡¡¡Tom, Tom…espera!!!

Una voz que provenía desde detrás de él le sorprendió e hizo que se detuviera en seco. El chico giró su cabeza y vio como Sophia corría hacia él.

-A melocotón.-dijo Sophia sonriente.

-¿Perdona?.-preguntó el muchacho extrañado.

-Mi pelo.- respondió la chica.- Mi pelo huele a melocotón.

miércoles, 13 de abril de 2011

La chica que tropezó y cayó en un bote de vainilla. II Parte

En el otro extremo de la ciudad, mientras que Helena seguía soñando con su bote de vainilla…

Empaste corría junto a su compañero Alexander, por una calle lúgubre, llena de alcantarillas malolientes y de gatos callejeros hambrientos, deseosos de pillar algún que otro ratón. Empaste odiaba a los gatos y Alexander siempre aprovechaba cualquier ocasión para burlarse de la fobia de su compañero.

-No puedo creer que esté cruzando este lugar lleno de gatos solo por salvarte el pellejo- dijo el pequeño Empaste a su compañero mientras seguían corriendo.- ¿Por qué no le dices ya de una vez que te deje tranquilo? Estoy harto de ella…
-¿Crees que no lo he intentado ya?- preguntó Alexander mientras jadeaba casi con la lengua fuera.- Además, has de comprender que las damas se mueren por mis huesos. Es completamente lógico que no me dejen escapar de la noche a la mañana.
-Aún  me pregunto por qué permito que sigas viniendo conmigo…
-Sin mí, vos no podríais hacer nada. Estáis perdido si mi presencia fallara- dijo Alexander convencido de sus palabras.
Ambos continuaron corriendo hasta el final de la calle. Empaste no tuvo ningún percance con los gatos del lugar, cosa que agradeció. Cuando, por fin, consiguieron abandonar aquella calleja, se detuvieron y miraron hacia todas direcciones.
-Creo que la hemos despistado…
- ¡¡¡Alexander, amado mío!!!- una voz femenina llegaba desde el otro lado del lúgubre callejón-. ¿Por qué huyes de mis cálidos brazos? ¿Acaso no me he comportado como una verdadera dama? ¡¡¡Permite que te cante mis bellas melodías como el día que me rescataste!!!
Alexander y Empaste se miraron y comenzaron a correr de nuevo sin intercambiar ninguna palabra.

En el otro extremo de la ciudad…

Helena seguía sumergida en sus sueños con olor a vainilla. El sueño era perfecto, su olor era perfecto y su color era aún más perfecto. La chica flotaba en la vainilla como una colchoneta lo hace en el mar. Estaba tranquila, casi soñando dentro de su sueño…

De repente, se despertó sobresaltada, sudando, estaba asustada. Encendió la lamparita que tenía en su mesilla de noche. Se detuvo un instante, recordó en qué estaba soñando y se preguntó: ¿Acabo de soñar que estaba flotando dentro de un bote lleno de vainilla, que tres extraños seres caían sobre mí y que, por culpa de ellos, me ahogaba en lo más profundo del recipiente?

Empaste y Alexander seguían huyendo, atravesando calles y barrios enteros, sin saber que pronto llegarían a la casa de Helena…

EL AS BAJO LA MANGA

Es ese el instante, el instante en el que nuestras miradas se cruzan y se detienen. Fijamente, nos miramos. Es ese el instante eterno para nosotros, un instante del que solo nosotros nos damos cuenta. El mundo ignora esa mirada, ese guiño de ojos cómplices nos hace especiales. Ambos recordamos tímidamente aquel juego en el que te hice entrar, quizás nunca tuve que haberme arriesgado, quizás haya sido lo mejor o, simplemente quizás, haya sido lo peor. Las cartas no se pusieron encima de la mesa, alguien se guardó un as bajo la manga. Las dudas se abalanzan sobre mí…es tan inquietante.

Solo quiero saber por qué a veces me gustaría perderme en tu mirada, adentrarme en tus pensamientos. Descubrir lo que piensas es mi mayor meta, saber si piensas en mí…

Mis cartas se han terminado, solo me toca esperar. Ya no puedo hacer nada más. ¿O quizás si? Eso solo puedes decírmelo tú, pues aún te quedan todas tus cartas.

Quiero que el miedo al mundo desparezca, el miedo al engaño, a la mentira. Que todo sea una farsa. Quiero que pienses por ti, y no por el resto del mundo, que pienses en tu felicidad y que decidas lo que está bien o lo que está mal.

A veces me gustaría saber que pasará entre nosotros, si este juego terminará en empate o alguien dará el “jaque mate”, si esas miradas se fusionarán y si esos sentimientos serán los mismos…pero, quizás, si lo supiera no lucharía de la misma manera con la que lucho ahora. Quiero descubrir que un día has lanzado todas las cartas, que las has puesto sobre la zona de juego y que me has quedado las cosas claras, que has quedado el tablero despejado. Entonces, y solo entonces, el juego habría terminado.

Quiero que, aún así, te guardes siempre un as bajo la manga para decirme que me quieres…

martes, 12 de abril de 2011

La chica que tropezó y cayó en un bote de vainilla. I Parte

Helena era una chica que siempre había creído en los cuentos de hadas, en los príncipes azules, en las brujas malvadas. Había creído en el ratoncito Pérez e incluso en el hombre del saco. Una chica llena de sueños e ilusiones, de historias interminables y de fantasías que apenas la dejaban dormir sin soñar con sus mundos imaginarios. Una chica a la que le gustaba el chocolate caliente, los chicles con sabores de colores y el olor a vainilla. Le gustaba tanto el olor a vainilla que casi todas las noches soñaba que corría por un pasillo interminable, hacia una luz que desprendía un olor intenso a vainilla. En sus sueños seguía corriendo hacia esa luz, hacia ese olor, hasta que tropezaba y caía en un bote lleno de vainilla. Helena estaba en la gloria.

Ahora Helena es una adolescente que ha olvidado todas sus fantasías y sueños. Vive rodeada de trabajo, de gente insoportablemente insoportable, de maleducados, de príncipes que no son azules y de brujas que aún siguen siendo muy malvadas. Ahora apenas puede permitirse probar el chocolate caliente, los chicles ya no le gustan tanto como antes y la vainilla la ha olvidado por completo. 

Su vida es rutinaria, aburrida y, para ella, casi sin sentido. Llega a casa del instituto, se tumba en el sofá, hace como que le interesa lo que aparece en televisión, come un poco y se va a trabajar. Llega a casa del trabajo, habla un poco con su familia antes de cenar y se va a su cuarto. Lee tumbada en la cama hasta que se queda dormida y, casi todas las noches, sus sueños se ven interrumpidos porque casi siempre se duerme con el libro entre sus manos. En la vida de Helena hay tres tipos de noches: en las que se queda dormida con el libro en las manos, en las que tiene que apagar la luz porque le dan miedo algunos rudillos que aparecen de la nada y en las que está leyendo, escucha ruidillos extraños y decide apagar la luz porque así cree que el miedo desaparecerá.

La noche en la que todo comenzó a cambiar para Helena fue la noche en la que llegó de trabajar, habló un poco con su familia y se fue a su cuarto sin cenar. Al entrar en la habitación un olor a vainilla le invadió. De repente recordó la época en la que le encantaba la vainilla. Helena no dio mucha importancia a que su habitación oliera de ese modo y decidió tumbarse en la cama. Aquella noche Helena se veía corriendo a través de un pasillo que parecía interminable, hacia una luz que desprendía un olor intenso a vainilla, seguía corriendo hasta que tropezaba y caía en un bote lleno de vainilla. Helena estaba en la gloria…

viernes, 8 de abril de 2011

BARRAS Y TONO

Después de tanto tiempo sin saber que decir, después de tantas horas de silencio e incluso después de haberse prometido así misma que no volvería a dirigirle ni una palabra más, separó los labios y decidió hablarle por última vez.

-Ya lo he decidido. Me voy a ninguna parte -. dice Audrey mirando fijamente a los ojos de Pull.- Allí donde mi cabeza apenas puede escuchar mis sentimientos, allí donde el ruido es mayor que la visión. Me voy donde no puedas encontrarme, donde no consiga volverme loca al escuchar tus palabras, donde el mundo entero sea menos cruel que tú y donde las piedras tengan más emociones que las personas –. Pull mira extrañado a Audrey.-  ¿Puedes llegar a imaginártelo? Fondo blanco, horizonte lejano y perfectamente detallado con una línea recta, ruido, mucho ruido. Un ruido más molesto que el pitido del monitor de una cámara de vídeo cuando está en el modo “Barras y tonos” –. Audrey sonríe al recordar su etapa de estudiante.- ¿Te imaginas el poder hablarle a una piedra y sentir que te entiende? El porcentaje de posibilidades de que te entienda una piedra es tan alto como el porcentaje de que tú me entiendas a mí.

Audrey cogió la maleta que había junto a sus pies, se giró y se dirigió hacia la puerta de la habitación. Pull, desde el otro lado de la habitación, observó cómo la chica con la que había compartido los últimos cuatro años de su vida se marchaba y apenas podía hacer algo para remediarlo. Audrey así lo había decidido.

El sonido de la puerta al cerrar hizo reaccionar a Pull, que se había quedado petrificado al escuchar la última decisión de la que ya no era su compañera. El chico corrió hacia la puerta por la que Audrey se había marchado segundos antes. Cogió el pomo con su mano izquierda. Se asomó con la esperanza de encontrar a Audrey en el rellano. Se la había imaginado arrepentida junto a la puerta. Incluso llorando con la maleta en el suelo. Se la había imaginado incluso decidida a volver a entrar en la habitación. Pero no fue así.

Pull se quedó asombrado al contemplar el paisaje que tenía ante sus ojos. A lo lejos podía observar una perfecta línea recta que marcaba el horizonte, un blanco dominaba la escena, un blanco casi cegador, a lo lejos podía observar la figura de una mujer que se dirigía hacia la perfecta línea. Pull dio un paso hacia delante decido a correr hacia ella, pero tropezó con algo que había en el suelo. Miró hacia lo que le había impedido seguir corriendo y para su sorpresa observó una preciosa piedra perfectamente pulida de un blanco intenso.

-Ve hacia ella- dijo la piedra mirando a Pull a los ojos -. No la dejes escapar.

Pull no daba crédito a lo que veían sus ojos. ¿Cómo era posible que una piedra sin ojos pudiera mirarle fijamente a los ojos?

-¡Audrey! - gritó Pull con todas sus fuerzas.

Se detuvo un instante y dedujo que sería normal que no escuchara sus gritos, pues el ruido que había en aquel lugar era incluso más molesto que…

Pull comenzó a correr hacia Audrey.