martes, 3 de mayo de 2011

Y desapareció entre bambalinas

Estaba declamando su último párrafo, lo sabía de memoria, lo había ensayado tantas veces que lo decía sin pensar. Quedaban varias frases para terminar lo que se convertiría en el papel de su vida. Un personaje deseado por todos los actores y que solamente había conseguido él en aquella esperada ocasión. Había sido el elegido y supo aprovechar el momento.

Miró a su derecha, mientras seguía declamando, y vio cómo su pareja susurraba las mismas palabras que salían de su boca, se había aprendido la obra completa sin ninguna necesidad, solo para hacerle feliz, para acompañarle y comprenderle. “Gracias” pensó cuando le dedicó aquella mirada cómplice. Giró, de nuevo, su mirada al expectante público para terminar su papel, su obra, su momento. Alzó la voz para dedicar sus últimas palabras y diez segundos después se enmudeció la sala completa. Las luces se apagaron y él se quedó quieto, en medio del escenario, cerró los ojos y suspiró. Tranquilidad, satisfacción, orgullo. Miles de sensaciones buenas invadieron su cuerpo y el público, inmediatamente, comenzó a aplaudir efusivamente, el mundo entero estaba a sus pies. Cientos de personas aplaudían de pie mirando fijamente a aquella única figura que se encontraba en aquel inmenso espacio rodeado de bambalinas.

Seguía completamente quieto en medio del escenario. La actuación había terminado y supo que al público le había gustado. Abrió los ojos para comprobarlo no solo con sus oídos. Ahora las luces estaban de nuevo encendidas y todos estaban de pie, aplaudiendo, dejándose llevar por sus emociones. Entonces decidió mirar de nuevo a su derecha. Ambos se miraron fijamente a los ojos,  tenían el mismo brillo en ellos. Se habían emocionado: uno disfrutando de la actuación y otro interpretándola con todos sus sentidos puestos en el escenario.

No podía moverse, la emoción era tan grande que su cuerpo se había quedado petrificado. Todos le miraban. “Ha sido maravilloso” pensó. El sonido que había en el interior de la sala era tan enorme que apenas podía escuchar sus propios pensamientos. Expandió sus brazos y los mantuvo horizontales al suelo, disfrutando del momento, agradeciendo a su público, respirando lo más fuerte que podía y suspirando como nunca lo había hecho antes.

Lo miró de nuevo y supo que había llegado la hora. Todo había quedado perfecto y era el momento perfecto para darlo por finalizado. Bajó sus brazos, respiró profundamente por última vez en aquel escenario, disfrutó del olor del éxito, de la tranquilidad y de la satisfacción. Se dispuso a bajar de las tablas, las luces se apagaron por última vez, los aplausos del público aun eran más fuertes que sus pensamientos, su deseo de estar entre sus brazos fue cada vez mayor y su distancia hasta las bambalinas cada vez menor.
Y despareció entre bambalinas.

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