lunes, 16 de mayo de 2011

Capítulo 1: "Una nueva vida"

La sala se encontraba en un absoluto e insoportable silencio. Parecía que el tiempo se había detenido en ese momento y que todos permanecían en un profundo sueño excepto él. El hombre de pelo oscuro y expresión nerviosa permanecía inmóvil sentado en una de las muchas sillas blancas que ocupaban la sala, sin ninguna decoración adicional. El hombre jugaba impaciente con sus manos empapadas en sudor y, a pesar de haber pasado antes por aquella situación, los nervios eran semejantes o superiores a las anteriores veces. El hombre hubiera parecido una mancha de tinta negra en un folio en blanco de no ser porque una elegante mujer invadió la sala con su presencia. Una mujer bastante atractiva y guapa para su edad, con un trabajado moño que recogía sus pelos, un vestido de color rojo y un café en cada mano.

-Ten-dijo la mujer entregando un café en un vaso de plástico al hombre.

-Gracias. No deberías haberte molestado.-dijo sin levantar la mirada.

-No me ha costado ningún trabajo.-Respondió la mujer con una expresión sonriente a la vez que nerviosa.- ¿Todavía no ha salido nadie?

-No, parece que se está retrasando un poco.

- Irá todo bien ¿verdad?- la mujer dio un pequeño sorbo al café que sujetaba con ambas manos.

- ¿Dónde está Miguel?-.preguntó el hombre con su café en las manos.

- Ha ido con Javier a la puerta. Elisabeth y Mónica ya vienen de camino.- explicó la mujer mientras se sentaba enfrente de David.

El silencio volvió a apoderarse de la pequeña sala. Ambos se encontraban frete a frente, sentados y deseando que alguien llegara a la sala y les diera una buena noticia. En realidad no había nada a lo que temer, pero en estos casos los nervios siempre estaban a flor de piel. Ambos con la cabeza a gachas y con el café entre las manos seguían en silencio, como si no tuvieran nada que decir. El hombre no paraba de mover las piernas continuamente, dando pequeños saltitos de arriba abajo con las rodillas, dejando ver su impaciencia y nerviosismo. Ella sujetaba su café con ambas manos, a veces daba un pequeño sorbo intentando no quemarse los labios, parecía estar tranquila.

Una enfermera cruzó la sala de espera sin dirigirse a ninguna de las personas que se encontraban en ella.


El apartamento estaba muy desordenado, demasiado desordenado como para pertenecer a una chica trabajadora y responsable como lo era Irene. Era un pequeño apartamento donde vivía ella sola desde hace tiempo, por eso se daba el lujo de no tenerlo demasiado arreglado y era en ocasiones como aquella cuando se avergonzaba de vivir en un sitio como aquel. La noche anterior había salido de fiesta y en aquella soleada mañana había abierto los ojos y se había encontrado con aquel chico tan guapo tumbado en su cama. Dos treintañeros desnudos enredados entre sábanas. El sol ya entraba levemente por la ventana del cuarto mientras ambos seguían tumbados en aquel desorden de sábanas. En la habitación se respiraba una tranquilidad descomunal, hasta que una roquera melodía que salía del teléfono móvil del chico comenzó a sonar. Éste se despertó sobresaltado, ella ya estaba despierta. Con el malhumor que le caracterizaba al despertarse rebuscó entre los objetos que abundaban en la mesilla de la habitación hasta que se topó con su teléfono.

-¿Sí?.-contestó casi enfadado por haberle despertado de aquella manera.

-Elías ¿Se puede saber dónde te metes?.-preguntó una voz masculina que incluso Irene pudo escuchar.

-Papá ¿qué quieres a estas horas de la mañana?.-miró a Irene, que seguía desnuda entre un mar de sábanas.

-¿Acaso te has olvidado? Hoy llega Alejandro. Estamos en el hospital y, como siempre, faltas tú.-dijo su padre enfadado.-Elías miró de nuevo a los ojos de Irene y ésta puso cara de preocupación.

-Lo sé papá, no se me ha olvidado. Ya estoy de camino al hospital.-mintió a su padre.- Venga, ahora nos vemos. Cuelgo que voy conduciendo.-dijo mientras se levantaba de la cama y buscaba su ropa entre la desordenada habitación. Colgó a su padre sin darle tiempo ni a una breve despedida y quedó el móvil en la mesilla. Comenzó a vestirse mientras que Irene le observaba desde la cama.

-¿Quién es Alejandro?.-preguntó la chica con curiosidad.

-Un nuevo sobrino. Mi hermana…-hizo una pausa para ponerse el pantalón.- está dando a luz en el hospital. Están todos allí.

-Ya veo que eres el rebelde de la familia.- dijo riendo aún tumbada.

-Lo siento, tengo que dejarte.-dijo una vez completamente vestido.

Elías se dirigió hacia la puerta de la habitación con prisas, se detuvo y se giró para acercarse hasta la cama para besar en la boca a Irene. Ella se quedó tumbada en la cama, aún desnuda, enredada entre sábanas.

-¿Me llamarás?.-preguntó Irene, casi gritando, cuando Elías abandonó la habitación.


La enorme mansión estaba casi vacía, solo estaban él y la señora de la limpieza, pero ella no le preocupaba demasiado. Era la mejor oportunidad que tenía si quería que nadie le molestara, aquel era el mejor momento para investigar por toda la casa. Era un chico joven, de unos veinte años, muy formal para su edad, inquieto y ansioso por obtener respuestas acerca de la gente que le rodeaba. Su madre nunca le había dado respuestas de nada y sus abuelos apenas decían cosas muy verosímiles, o al menos no lo eran para Rubén. Siempre había sido muy aventurero, le apasionaba fantasear con lugares misteriosos y lejanos. Su abuelo siempre le llenaba la cabeza con historias fantásticas en las que los protagonistas eran piratas, guerreros o busca tesoros. Quizás todas etas historias habían influenciado descaradamente en la manera de ver las cosas de Raúl y, quizás, por eso ahora estaba obsesionado en que en su familia se guardaban grandes misterios. Tenía veinte años y sabía que había llegado la hora de madurar y dejarse de tonterías, pero esta opinión cambió meses atrás cuando una noche escuchó a sus abuelos discutiendo. Apenas quedaba nadie en la casa, Rubén se había dejado unos libros en el despacho de su abuelo y cuando se dispuso a entrar escuchó las voces de su abuela.

-A veces me entran ganas de dejarlo todo.-decía su abuela en el interior de la sala.-Hay veces que no me siento querida, creo que doy más de lo que recibo.-la escuchaba Rubén escondido en el pasillo para no ser descubierto, bastante sorprendido por lo que había escuchado.

-No digas tonterías Alicia, por favor.- dijo su abuelo bastante enfadado.- Estás obsesionada. Nunca has estado tranquila y nunca lo estarás. Fue lo mejor que pudimos hacer. No le des más vueltas.- Rubén no daba crédito a lo que escuchaba. ¿De qué hablaban sus abuelos? El chico escuchó cómo su abuela comenzó a llorar.

-¿Cómo quieres que esté tranquila con todo lo que me rodea?.-dijo su abuela llorando.

-Venga, dame eso.-Rubén seguía escondido tras la puerta, en el oscuro pasillo.-Será mejor que no vuelvas a abrirlo más. No sé ni por qué aún guardamos todo esto.

El chico se quedó petrificado al escuchar aquellas palabras. Su abuela estaba preocupada por algo y era algo bastante importante. Gracias a aquella conversación Rubén supo que dentro de aquella sala había escondido algo muy importante para su abuela y aquel descubrimiento fue lo peor que le puso haber pasado, pues ahora no dormía tranquilo. A partir de ese momento viviría para descubrir que se ocultaba entre aquellas cuatro paredes.

Rubén se encontraba en medio de la sala en la que meses atrás había escuchado aquella misteriosa conversación. Miró a todas las paredes, cada una más interesante que la anterior. Paredes forradas de estanterías hasta el techo, estanterías llenas de libros y documentos de los abuelos, libros llenos de historias, historias sorprendentes. El olor a madera abundaba en aquella sala, un olor que a Rubén le engatusaba. Todos los muebles que había en aquella sala eran de madera, unos fuertes muebles conjuntados todos entre sí, dando a la sala un toque elegante, misterioso e inquietante. No sabía por dónde empezar no le quedaba mucho tiempo para investigar, pues su padre seguro que le llamaría en cualquier instante. “Estoy loco. Me he obsesionado con todo esto” pensó mientras se encontraba en medio de aquella sala donde había pasado tanto tiempo junto a su abuelo, fantaseando con aquellas historias. El sonido de su teléfono le hizo volver a aquel despacho y olvidarse de sus pensamientos. Sacó el móvil de su bolsillo y pudo leer en la pantalla: “Llamada entrante: Papá”

-Hola papá.

-Rubén ¿dónde estás? ¿Te has olvidado que tu madre está en el hospital?.-dijo su padre no muy enfadado.

-Lo siento. Había olvidado…-pensó un momento.-unos libros en la casa de los abuelos y he pasado a recogerlos.- mintió Rubén.

-¿Y son más importantes unos libros que tu madre y tu nuevo hermano? Te quiero ver aquí ya.

-Vale papá, tranquilo. Salgo ahora mismo.

Rubén guardó el teléfono en el mismo bolsillo del que lo había sacado y suspiró. “Definitivamente estoy loco”. Miró a su alrededor volviendo a contemplar la maravillosa sala y decidió marcharse hacia el hospital. Sabría que tardaría mucho tiempo en volver a tener una oportunidad como aquella, era difícil que la casa se quedara vacía. Se dirigió hacia la puerta de la sala y apagó la luz. Se quedó unos segundos parado en la puerta, mirando hacia el interior de ésta, preguntándose qué secretos guardarían aquellas paredes y se puso en marcha hacia el hospital.


Elías iba conduciendo su deportivo negro dirección al hospital, lo más rápido que podía, mientras que la policía realizaba un control unos metros más adelante. No quería volver a ser el último en llegar a las citas familiares, no sabía como ocurría pero siempre se retrasaba en todas y no quería seguir manteniendo aquella mala costumbre. Aceleró un poco más y miró el reloj del coche. Ya eran las nueve de la mañana. “Aún tendría que estar tumbado en aquella cama” pensó. Siguió con la misma velocidad hasta el siguiente semáforo, se detuvo al estar en rojo e impaciente, aceleró cuando se puso en verde. Para su sorpresa dos policías se encontrabas al girar la próxima calle, solo quedaban varias calles para llegar al hospital. Elías maldijo su mala suerte y modificó la velocidad justo antes de ver las señales que los agentes le hacían para que detuviera el coche. Detuvo el coche donde los agentes le indicaron y paró el motor. Rezó para que no se demoraran mucho en el control y para que no le multaran por nada.

-Buenos días.-dijo uno de los agentes dirigiéndose hacia la ventanilla del conductor.

-Buenos días.-dijo Elías desde el interior del coche. El otro guardia se quedó observando desde varios metros, apoyado en el coche de policía.

-Vaya, veo que vas sin cinturón de seguridad.- dijo el guardia señalando el pecho del conductor.

-Sí, acabo de salir de la anterior calle y voy al hospital.-mintió Elías rezando para que el agente lo pasara por alto.-Son solo unos metros.

-Por favor, bájese del coche.-Elías bajó del coche y se quedó mirando como el agente abría las puertas de su coche, miraba en el maletero y se dirigía hacia la parte delantera, intentando encontrar algo sospechoso. El joven comenzó a ponerse un poco nervioso y deseó que no encontrara nada sospechoso en el interior del coche. Decidió mirar para otro lado y se dispuso a llamar a su padre para advertirle todo lo que estaba ocurriendo. Dirigió su mano hacia uno de los bolsillos del pantalón y no encontró su teléfono.-Perdona.-el agente se dirigió a él.-¿Me puedes explicar qué es esto?.-Elías miró hacia el hombre, que seguía en el interior del deportivo negro, y vio que sostenía en una de sus manos una colilla. Una colilla que la noche anterior había contenido sustancias ilegales. “Mierda” pensó Elías.


Madre e hija caminaban por el jardín del hospital mientras mantenían una acalorada charla que iba a acabar en discusión si no paraban a tiempo. La joven era una adolescente de diecinueve años, con el cabello largo y oscuro. Era una joven muy guapa. Su madre tenía veinte años más que ella, era un poco más alta, llevaba el pelo recogido en una cola y muy guapa, al igual que su hija.

-Mamá no voy a dejar a Carlos. Es un buen chico.-dijo casi gritando a su madre.

-No he dicho en ningún momento que lo dejes. Simplemente que te cortes un poco delante de la familia.- dijo su madre sintiendo las palabras que salían de su boca.- Ya sabes cómo es el abuelo y no le gusta para ti.

-Pero es que el abuelo me da igual. Quiero a Carlos y me da igual a quién no le guste.- dijo Mónica a punto de romper a llorar.

-¡Elisabeth! ¡Mónica!.-ambas se giraron para ver de dónde provenían aquellos gritos. El abuelo se encontraba en la puerta del edificio del hospital.

-Vamos, el abuelo nos llama.-dijo Elisabeth a su hija. Ambas atravesaron el cuidado jardín hasta llegar a la puerta del edificio del hospital.


Elisabeth y Mónica llegaron, acompañadas del abuelo, a la sala donde se encontraban David, la abuela y el pequeño Miguel. Los seis se sentaron impacientes, esperando que la enfermera llegara y les diera la buena noticia. Antes que la enfermera llegó Rubén a la sala y saludó a todos.

-¿No te habías dejado unos libros en casa de los abuelos?.-preguntó su padre nada más llegar.

-Sí, pero no los he encontrado. Seguro que me los dejé en casa.

-Hola. Buenos días.-dijo Elías al llegar a la sala. Rubén agradeció que su tío entrara en la sala en ese momento, así su padre dejaría de hacer preguntas. Elías se dirigió a su padre y se le acercó al oído.-Tengo un problema.-dijo recordando la multa por no llevar el cinturón de seguridad y por los restos de drogas que habían encontrado en su coche.

-Ahora no es el momento, hijo.-y Elías se apartó de su padre.

Una vez que todos estaban en la sala comenzaron a conversar de manera fluida, nerviosa a la vez. Todos estaban contentos por la llegada de Alejandro, el nuevo miembro de la familia. Los abuelos, don Javier y doña Alicia no paraban de sonreír; David, el marido de Elena, padre de Rubén, Miguel y de la nueva criatura estaba nervioso, más que nunca; el resto murmuraba mientras esperaban la llegada de la enfermera.

Cinco minutos después todos se levantaron de las sillas de la sala y la abandonaron para dirigirse a la habitación donde se encontraban Elena y Alejandro. David llamó a la puerta de la habitación y Elena respondió con un tono alegre. David abrió la puerta y todos pudieron contemplar la belleza de Elena, tumbada en la cama de aquella blanca habitación, con una sonrisa que abracaba gran parte de su rostro y con un hermoso bebé entre sus brazos. Y allí estaba la familia al completo, felices. Los problemas habían quedado fuera de la habitación y la ilusión abundaba en sus cuerpos por la nueva vida que acababa de comenzar. Era una bonita imagen, unidos en un día tan especial para todos, una imagen que tardaría en volver a repetirse.

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