martes, 12 de julio de 2011

Auriculares: Historia de una carta de despedida.

Las calles estaban desiertas, la tarde era calurosa y el cielo estaba despejado. Un chico joven caminaba tranquilamente por una de esas calles, mientras escuchaba una de sus canciones favoritas en su reproductor de música. Los auriculares salían de su bolsillo derecho del pantalón y recorrían todo su pecho hasta llegar al cuello, donde quedaban sujetos en forma de collar. El cable negro destacaba sobre su camiseta de color blanco, haciendo un conjunto perfecto con su pantalón vaquero oscuro.

Había decidido salir de casa, a pesar del calor, y caminar un poco hasta su parque favorito de la ciudad. Salía de casa, se sumergía en su mundo musical y comenzaba la caminata hasta su destino, últimamente, rutinario. A aquellas horas el tráfico era casi nulo, no había ningún peatón y las tiendas aún permanecían cerradas. Le gustaba ver la ciudad así. Poca gente conocía ese momento, esa tranquilidad que se respiraba en aquellas pocas horas del día: eran mágicas para él. Sentía que la ciudad entraba en un rotundo silencio y se entregaba a él.

Todas las tardes, desde hace tiempo, eran muy parecidas en la vida de aquel joven, la monotonía asomaba su cabeza a la vuelta de la esquina; pero no le importaba. A veces era bueno tener algún momento monótono en el día. Pero aquella tarde no iba a ser como las demás: pues el destino quiso que aquel muchacho, en aquella tarde, dejara sus auriculares sobre sus hombros y cogiera un trozo de papel que había depositado en aquel caliente asfalto, de aquella calurosa tarde.

Su canción favorita estaba a punto de terminar, cruzó sin ningún problema un paso de peatones y continuó andando. El parque a donde iba ya estaba cerca. La canción continuaba sonando cuando el chico miró hacia el suelo y vio un trozo de papel que descansaba sobre el asfalto. No le dio ninguna importancia y pasó por encima, dejando la suela de una de sus zapatillas señaladas sobre él. El chico ya quedaba a varios metros del trozo de papel cuando, sin saber por qué, una leve brisa transportó el papel a sus pies. La curiosidad hizo que dejara de escuchar aquella música y que depositara sus auriculares sobre sus hombros, dejando sus oídos al descubierto. Miró aquel extraño papel que parecía perseguirle y sonrió. Nunca había sido de aquellas personas que cojen cosas del suelo solo por curiosidad, pero aquella vez lo hizo. Se agachó y extendió sus brazos hasta que alcanzó el papel. El trozo blanco estaba doblado varias veces y, una vez de pie, lo desdobló y comprobó que se trataba de una carta escrita a mano. El chico levantó la mirada del papel y miró a todos lados: aún no había nadie en la calle. Dobló de nuevo aquella carta, la introdujo en su bolsillo izquierdo, se puso de nuevo sus auriculares y continuó caminado hasta el parque.

El parque, como el resto de la ciudad, estaba desierto. Los jardines ya comenzaban de nuevo a ser verdes, después de haber superado un largo verano, y los árboles se recuperaban poco a poco de las altas temperaturas. Los pasillos de tierra que había entre los jardines siempre estaban igual de limpios, al igual que los bancos que había en cada uno de ellos.

El chico anduvo varios metros por el parque, con el reproductor de música en un bolsillo y con la carta en el otro, hasta que se sentó en un banco que quedaba arropado por la sombra de un árbol inmenso. Retiró los auriculares de sus oídos, sacó del bolsillo la carta y la desdobló.

“Querida Nina: te escribo esta carta con la mejor intención del mundo. Las cosas no han ido demasiado bien entre nosotras y no quería marcharme sin dedicarte una despedida como creo que te mereces. Quizás ya esté demasiado lejos cuando tengas esta carta entre tus manos y quizás eso sea lo mejor para ambas.”

El chico se detuvo un instante y se acomodó en el banco para continuar leyendo. No estaba bien leer el correo ajeno, pero no se sentía culpable por hacerlo. Sin saber por qué sentía una necesidad inmensa de seguir leyendo aquella carta.

“Recuerdo el día en que nos conocimos. Nos presentó Álex ¿lo recuerdas?. Nuestra amistad se fue haciendo más fuerte con el tiempo y por eso decidí contarte lo que me pasaba. Y así, sin saber por qué decidiste alejarte de mí y olvidarme en tus recuerdos.

La noche antes de marcharme pensé en ti, y pensé en cómo hubiera sido todo esto si te lo hubieras tomado de otra manera. Ante todo quería ser tu amiga, estar ahí contigo, apoyarte y ayudarte en todo lo que estuviera a mi alcance pero tú decidiste cortarlo todo. Las cosas que dijiste aquel día retumban en mi cabeza todos los días y me condeno a pensar en si todo esto está bien o está mal, como tú defendías.”

El chico, aún sentado en el banco, no comprendía del todo la carta. Aquella chica que escribía parecía bastante dolida. Sabía que no comprendería del todo las palabras de dolr que allí quedaban reflejadas, pues estaba escrita para alguien que no era él y era lógico no comprender nada. Dudó si merecería la pena seguir leyendo o no. Dudó varios segundos y, finalmente, continuó.

“No somos marionetas con las que poder jugar. No somos marionetas a las que podais manejar a vuestro antojo. Estáis muy equivocados los que pensáis así. Nuestros sentimientos no están desde un principio a flor de piel: irán surgiendo como surgen las flores de una tierra seca. Nuestra piel no es seca, no es tierra seca. Aunque sea invisible para algunas personas como tú, nuestra piel está llena de flores: flores que van creciendo con el tiempo y que se hacen más fuertes con cosas como estas. Cosas que nos hacen ser diferentes día a día, con caminos diferentes. Somos personas al igual que vosotros y las diferencias surjen cuando nos fijamos en los motores que mueven nuestras vidas, esos motores que circulan por nuestros pensamientos y divagan por nuestras emociones.”

El chico se detuvo de nuevo. Era bastante bonito lo que escribían en aquella carta. Bonito y doloroso a la vez. No llegaba a comprender de qué hablaban exactamente pero le gustaban aquellas palabras. Se preguntaba una y otra vez de qué iba todo aquello, a qué se referían aquellas palabras que no lograba comprender.

“No tengo mucho más que decirte. Mis palabras siempre se quedarán cortas comparándolo con todo lo que siento. Tu respuesta me decepcionó, tanto que me hace escribir cosas como estas. Deseo que nunca seas rechazada de la manera que me rechazaste a mi y deseo que estas palabras te ayuden a comprender el mundo que te rodea. Un mundo imperfecto, lleno de decisiones, de traiciones, de amistades y de secretos inconfesables. Un mundo lleno de secretos que dejan de serlo, que se comparten con otras personas y que, esas personas, no supieron guardarlo como te prometieron hacerlo un día.

Una amiga que confió en ti. Miriam.”

El joven muchacho terminó de leer aquella carta y, sin saber qué hacer, se quedó sentado en el banco con el papel entre sus manos. Levantó la mirada y comprobó que el parque aún seguía desierto. Dobló de nuevo la carta y la introdujo en su bolsillo izquierdo. Cogió los auriculares que aún descansaban sobre sus hombros y los colocó en sus oídos. Se levantó del banco e introdujo su mano derecha en su bolsillo derecho, sacando de él su reproductor de música para encenderlo y presionar el “Play”. La música comenzó a sonar de nuevo. El chico se refugió en su mundo musical pensando en las palabras de aquella carta e intentando buscar el mensaje que querían transmitir con ellas. Comenzó a caminar de nuevo por el parque, sin saber que a tan solo unos metros de allí una chica llamada Miriam leía una y otra vez, pensativa, una carta que había escrito para ser enviada a una antigua amiga.

La chica había escrito la misma carta varias veces y, aún así, no había sido capaz de enviársela a su antigua amiga. Miriam, aún con una de ellas en la mano, cogió los auriculares que colgaban de su cuello y los colocó en sus oídos. Presionó el botón de “Play” de su reproductor de música, dobló su carta para guardarla en uno de sus bolsillos y comenzó a caminar por aquel solitario parque.

Y allí, sin saber por qué, dos desconocidos caminaban por los pasillos solitarios de aquellos jardines. Dos desconocidos que guardaban una misma carta en sus bolsillos, cartas que guardaban las mismas palabras. Dos desconocidos que paseaban sin un rumbo fijo, que pensaban en aquellas palabras escritas en un trozo de papel y que colocaban sus auriculares, una vez más, para poder sumergirse en sus mundos musicales, en sus palabras de dolor, en sus historias, en sus cartas de despedida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario